martes, 22 de noviembre de 2011

Nada puede medir el dolor. La angustia.
La cantidad de cigarrillos a medio consumir, en el cenicero.
La oscuridad en la que queda sumida mi cuarto, mientras me quedo pensando,
¿será esta, mi última?
Por qué dolor pesa. Pesa, no lo sé, pesa cómo una garrafa de agua de ocho litros.
La angustia es tan puta qué no se va, qué no se va, a veces, ni con un diazepan,
y te hace latir a mil, el corazón, y por eso decía...
¿será esta, mi última?
Son las cuatro y pico de la madrugada y escribo.
Escribo para no acabar de enloquecer del todo.
Para sacar todo lo que llevo dentro.
Toda la mierda,y airearla.
Aún así, tengo un pensamiento en elíptica en mi mente oscuro y negativo
qué sé que no podré plasmar en el papel.
Tal vez no quiera, no lo sé.
Rumiar y rumiar hasta desgastar los huesos.
Dar vueltas y mas vueltas volviendo siempre al mismo punto.
Y siempre con la misma sensación de ganas de vomitar.
De huir, si fuera posible,
muy lejos,
lejos, de todos
y de todo esto.
Todo esto duele y asusta demasiado.